Entre la vida y la moneda ¿Cuál se devalúa más?

Cuando vemos preocupados que la inflación se dispara, que las acciones en la bolsa se caen estrepitosamente y la gasolina sube como la espuma, pareciera que nuestro porvenir se oscurece y no se ve la luz al final del túnel. Hoy me di cuenta que el bien más devaluado que tenemos es la vida.

El llamado ‘costo de la vida’, con el que lidiamos a diario para subsistir, deja de tener sentido cuando hacemos poco o nada para cuidar la vida misma. Tanto la nuestra y la de nuestros semejantes. La horrible masacre a balazos de 19 niños pequeños y dos profesores en Texas es una muestra palpable de lo devaluado que está, valga la redundancia, el valor de la vida.

Y se refleja esto cuando las autoridades en Estados Unidos titubean para cambiar letras en un papel, por más histórico que sea, para evitar que los malditos fusiles de asalto puedan llegar a manos de sicópatas asesinos. Cuando en el ejercicio del poder, el sentido común se vuelve el menos común de los sentidos, porque entran a jugar intereses que parecen más importantes que las vidas de niños de primaria.

Cuando el sentido común dice que hay que hacer lo que sea. Si, incluso cambiar la Constitución, para salvaguardar la vida de la población y proteger a nuestros niños. Porque estos incidentes ya no son novedad y hay que intentar pararlos de una vez. Cuando el gobernador de Texas, Greg Abbott, declara con la más absoluta frialdad que esto “pudo ser peor”. Esto ya estaba mal antes señor Abbott. Desde el 2012 han ocurrido 900 incidentes con armas de fuego en diferentes escuelas de Estados Unidos, según el presidente Joe Biden.

Cuando un chico de 18 años no está permitido de beber alcohol o fumar tabaco, pero si puede comprar dos rifles semiautomáticos AR-15 y centenares de munición para desatar una carnicería. Las reglas de nuestra sociedad no están en coherencia con la idea de bien común.

Esta mañana dejé a mi hijo en la escuela y durante el estresante tráfico matutino de Miami vi una publicación de Instagram firmada por Nicole Hockley, madre del pequeño Dylan de seis años, una las 26 víctimas del tiroteo del 2012 en la escuela primaria Sandy Hook en Connecticut. Nicole describe que su niño recibió cinco impactos que acabaron instantáneamente con su vida. Imposible no conmoverse.

Y aquí volvemos a la devaluación de la vida. La publicación pertenece al perfil Sandy hook Promise o Promesa de Sandy Hook fundada y dirigida por Hockley, que espera conseguir 100,000 firmas para solicitar al Congreso que declare ilegal la venta de armas de asalto. Es decir, los deudos de una matanza ocurrida hace 10 años tienen que recurrir a este tipo de iniciativas para esperar que se haga algo al respecto.

Si las leyes son tan difíciles de cambiar. Lo que si puede cambiar es la seguridad en las escuelas. Mayor presencia policial, dados los antecedentes, y que el acceso sea restringido. Que las medidas de seguridad sean similares a las que se establecen para abordar un avión. Donde no se puede subir ni siquiera con un cortauñas o un sacacorchos. Ni qué decir un arma de fuego. Hay formas para proteger a los niños y no apostemos solo por un cambio en las leyes. Apostemos por el sentido común.

Sorprende que masacres de este tipo no sucedan en los países de América Latina, pero la razón es simple: el proceso para la compra de armas de fuego es muy difícil. Incluso si se quiere comprar una pistola pequeña para defensa personal. Ni qué decir un rifle de asalto. Nuestra tan criticada burocracia latina conspira al menos en algo en favor de una sociedad un poco menos violenta.

Algo puede aprender el llamado ‘primer mundo’ de nuestra singular forma de gobernarnos. Por nuestros niños, quienes son el futuro, por menos lágrimas, para que las decisiones políticas partan del sentido común para servir al bien común.

Por: José Andreu. Miami, Florida.

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